Mi Patio Trasero

Mi Patio Trasero... Mi madre siempre me ha dicho que creo que el Mundo es mi patio trasero, de alguna o varias maneras creo que tiene razón. Es el lugar donde uno sale en pijama y camina a pata pelada, donde puedo estar chascona y no importa. Donde guardo y encuentro los recuerdos, donde sueño. Ese es mi patio trasero, un pitiespacio de confianza e intimidad.

3.14.2006

Hace cinco años su hermano a un pozo se cayó


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¿Se le ha perdido a usted alguna vez un objeto en desuso? ¿se le ha olvidado algo por tanto tiempo que no sabe cuando dejó de poseerlo? Y después de pronto, en un momento indefinido algo lo trae a la memoria y ya no sabe donde está, donde lo dejó, qué hizo con él?

Lo mismo pasa con la memoria. Los recuerdos que no nos gustan, están medios dañados, pasados de moda los dejamos por ahí en un virtual espacio entre el antes y el ahora.

Todas las familias tienen episodios borrados de su historia. Gerardo era el encargado de los recuerdos en la suya. Los Norambuena tenían por costumbre olvidar. No. Olvidar no, abandonar. Dejaban a la mano de Dios todos aquellos episodios que de alguna manera amenazaban el ritmo cotidiano, la armonía familiar.

Si alguno se enojaba, alguien moría, huía. Las peleas, accidentes, los disgustos, cualquier exageración, debía abandonarse y era Gerardo quien se hacia cargo con una habilidad innata de aspirar y expulsarlo por la ventana.

Bueno, muchas veces hizo como que los lanzaba pero se quedaba con un pedacito, con pequeños trozos que envolvía en una servilleta y los guardaba discretamente en los bolsillos de su pantalón.

Como no podía salir corriendo a guardarlos con los otros que hace años venía acumulando en un rincón de su cuarto, debía pasar todo el día con ellos en el bolsillo y eso era un problema.

Después de una larga jornada de expulsión y acumulación, los retazos dejaban marcas difíciles de disimular en su ropa. Era un problema porque cuando los dejaba en el tiesto de la ropa sucia sabía que su madre comenzaría a alegar “Pero Gerardo otra vez tus pantalones están manchados? ¿Qué te metes en los bolsillos que siempre están verdosos?
Y Gerardo debía recurrir siempre a alguna novedosa excusa. No era muy complejo porque con tanta historia guardada y la mala memoria de la madre siempre algo se le ocurría. Eso si, nunca supo como su madre tan miope para los recuerdos podía tener tan buen ojo para ver los bolsillos.

El segundo problema era reconocer los retazos. Como los tenía una buena parte del día en el bolsillo, estos se amalgamaban tanto que nunca sabía dónde comenzaban ni terminaban. Y después una vez escondidos en el rincón, ya no sabía que parte era de qué.

Al pasar de los años esto último ya no le importaba y se entretenía juntándolos para conformar una nueva historia.

Así ocurría que de cuando en cuando los sacaba a ventilar y secar el moho y las historias se juntaban. Se entretenía sacando recuerdos al azar. Metía la mano con los ojos cerrados y tomaba unos cuantos. Los ponía en fila, como los vagones de un tren que fantasiosamente contaban historias familiares.

En este juego ocurría de todo. Escogía algunos, los ubicaba ordenadamente y podía salir un recuerdo tan doloroso como que su hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía 5 años. A Gerardo le caían unas lagrimas, se emocionada y lamentaba haberlo olvidado, aunque lo verdaderamente ocurrido era que hace 5 años vio a su hermano tirar al gato Alberto al pozo.

Los días trascurrían uniformemente. Si ocurría algo en la casa, los padres, hermanos y abuelos tomaban los plumeros y sacudían los manteles para ventilar el recuerdo. Chillaban mientras Gerardo los cazaba con destreza dando brincos entre los muebles, trepando por las cortinas. Y en un gesto maestro los escondía.

Pasaban los años y la casa y la familia seguían intactos, las caras sin arrugas, sin canas, las paredes siempre claras y las sábanas blancas. Todo intacto, perfecto.

Sólo Gerardo enviciado fue envejeciendo, él y su cuarto comenzaron a mostrar el paso del tiempo. Se sentía cansado y cada vez le costaba más capturar los recuerdos y esconderlos y como los Norambuena no tenían memoria, un día cuando vieron a este hombre viejo, agotado, sentado, creyeron que era hora de enviar al bisabuelo a otro lado.

Gerardo se marchó con una sola gran maleta. La de los retazos.

Todas las tardes se sienta en una plaza. Espera agosto mientras uno a uno va cosiendo las hebras para construir su gran manta.