¿...?
Quisquillosa, nunca soportó la superficie helada.
Se da varias vueltas tanteando la madera antes de instalarse definitivamente sobre él.
Los días de sol es fácil. Su ubicación dentro de la sala permite que buena parte quede expuesta a los tibios toques del sol oblicuo, por lo que el acercamiento y contacto es sustancialmente más agradable.
El mayor problema es el invierno.
Y ahora es invierno. Cada tarde tiene que esperar el recorrido diario de la luz hasta que se alinee con la ventana y entre un único y gran rayo.
Siempre es más lento de lo que quisiese. Se lleva gran parte del día tanteando terreno, midiendo temperaturas, paseando, esperando.
Se queda vigilante y silenciosa dando vueltas por el salón, olvidando el hambre y la sed. Sabe además que cualquier alegato es en vano. Está sola y no queda más que esperar hasta poder acurrucarse. A medida que transcurre la tarde y las sombras cambian de posición, se pone más ansiosa. La posible espera sin fin la aterra.
Sabe que por esos días de luz corta, llega temprano a casa y podría ocurrir que no alcance a entibiarse lo suficiente antes de sentir las llaves al otro lado del umbral.
Apenas sintió la puerta supo que ella, dentro de pocos minutos ocuparía, una vez más, su lugar en el piano. Sería desplazada y a pesar de la larga espera, no le quedaría más consuelo que rogar por un espacio tibio en las faldas de su dueña.