Mi Patio Trasero

Mi Patio Trasero... Mi madre siempre me ha dicho que creo que el Mundo es mi patio trasero, de alguna o varias maneras creo que tiene razón. Es el lugar donde uno sale en pijama y camina a pata pelada, donde puedo estar chascona y no importa. Donde guardo y encuentro los recuerdos, donde sueño. Ese es mi patio trasero, un pitiespacio de confianza e intimidad.

6.07.2005

¿...?

Quisquillosa, nunca soportó la superficie helada.

Se da varias vueltas tanteando la madera antes de instalarse definitivamente sobre él.

Los días de sol es fácil. Su ubicación dentro de la sala permite que buena parte quede expuesta a los tibios toques del sol oblicuo, por lo que el acercamiento y contacto es sustancialmente más agradable.

El mayor problema es el invierno.
Y ahora es invierno. Cada tarde tiene que esperar el recorrido diario de la luz hasta que se alinee con la ventana y entre un único y gran rayo.

Siempre es más lento de lo que quisiese. Se lleva gran parte del día tanteando terreno, midiendo temperaturas, paseando, esperando.

Se queda vigilante y silenciosa dando vueltas por el salón, olvidando el hambre y la sed. Sabe además que cualquier alegato es en vano. Está sola y no queda más que esperar hasta poder acurrucarse. A medida que transcurre la tarde y las sombras cambian de posición, se pone más ansiosa. La posible espera sin fin la aterra.

Sabe que por esos días de luz corta, llega temprano a casa y podría ocurrir que no alcance a entibiarse lo suficiente antes de sentir las llaves al otro lado del umbral.

Apenas sintió la puerta supo que ella, dentro de pocos minutos ocuparía, una vez más, su lugar en el piano. Sería desplazada y a pesar de la larga espera, no le quedaría más consuelo que rogar por un espacio tibio en las faldas de su dueña.

6.02.2005

(Des)velo













Salir del closet está de moda. Dejar salir ese lado que todos tenemos y tratamos de mantener con velo.

En mi ropero tengo bien apretujado a varios fantasmas. Están empolvados, medios deshidratados, pero se que aun están ahí, como una araña de rincón ocultos, mudando de piel, preparados para defenderse en cualquier momento. Por ahora los he mantenido a raya, ahí apretaditos para que no salgan.

Hace unos meses tuve uno de esos encuentros inesperados, que de casuales finalmente no tienen nada. Me encontré en una librería , lugar idóneo para que comience una historia, con una chica de la universidad. Nos deberíamos conocer de antes, pero por falta de juicios nunca habíamos hablado.

No se si fue el verano, el tiempo de ocio, el contexto, pero nos saludamos y pudimos conversar un rato. El asunto es que ella, futura colega, estaba trabajando en una investigación sobre los miedos. Sobre la ciudad y los miedos.

¿Qué nos conecto?. Ambas somos citadinas, nos gustan los libros y tenemos miedos. Distintos pero los tenemos. Supongo además, que nos dimos confianza y por eso acordamos un futuro intercambio de material, que a pesar de todos los chilenismos se llevo a cabo. Nos juntamos, comimos, comenzamos hablando de libros y terminamos escarbando en nuestros miedos. Los encuentros continuaron y lentamente hemos ido dejando los fantasmas sobre la mesa. De ese encuentro resultó un proyecto, llevamos trabajando varios meses. El terreno se ha hecho conocido y este nuevo hábito de desempolvar nuestros temores ha implicado de mi parte varias noches de desvelo.

Por estos días me enfrenté a mi misma. Me cambié de casa, ahora vivo sola, un lugar pequeñito y calientito. Tuve que abrir el closet, escudriñar y sacudir. Salieron varios monstruos, algunos fosilizados, otros transformados, han cambiado, algunos los dejé ahí y otros se fueron conmigo.

Siempre pensé que me daría más miedo vivir sola, pensé que “ese” era mi gran miedo, pero ahora, después del encuentro, del proyecto, la mudanza y los desvelos, olfateo que mi gran monstruo soy yo misma. Me tengo miedo. Me temo a mi misma sintiendo miedo.