Como Carmela llegué. Un poco abrumada de tanta gente, de tanto ruido, de tanta información. No fue mucho el tiempo en el pueblo. Sumando y restando dan 60 días. Dos meses por la patagonia. Dos meses de un buen silencio, de pata en el barro, de jeans y bototos, de comida casera. Tuve que comer cuanto me dieron. Tuve que andar de pie y caballo. Remar por juego también.
Me fui de acá bien aportillada, con tortícolis, moretones, picaduras, contracturas varias y un cansancio profundo. De esos que tienen el alma pesada. Me costó el principio. De hecho mi frágil estado me tuvo en el final del invierno con desvelo y muda. Pero pasé agosto. Sobreviví a agosto. Y como por suerte lo mío son intensoscortosprocesos mi mutismo no duró mucho y controlé los monstruos.
La patagonia al principio monocroma por tanta nieve y escarcha fue despertando y los dejos rosas de las rosas mosquetas y los naranjos de los sauces comenzaron a adueñarse del paisaje. Así como la nieve se derretía y las estalactitas de los caminos se hacían agua, y comenzaban a emergen otros colores, nuestra estadía patagona comenzaba a ver otros matices. El trabajo en terreno, cada vez más cómodo, nos fue mostrando más detalles y el puzzle de a poco se ha ido armando. Quien es quien y cuando.
Debo reconocer que pese que a 7 días de llegada extraño el tono, el ritmo y la temperatura de más allá del sur, habían días que daba cualquier cosa por ponerme vestido, perfume y una copa en la mano...reírme en algún lugar bullicioso con la boca pintada...
Como Carmela llegué y aquí estoy, aun no logro ubicarme por completo y al contrario de ella, no llegué con trenzas a la ciudad si no que con la cabeza bien pelada .... despejada.